domingo, junio 15, 2008

Capítulo Uno


I

First Of The Gang To Die – Morrissey

10:38 A.M

Me suelto un poco más la corbata y me siento en un lugar alejado de la entrada, lo suficientemente lejos para que no me vean, pero lo bastante cerca para poder ver a quienes van llegando. Como siempre llegué mas temprano de lo usual y por ende me tocará esperar a que llegue el resto de mis amigos. Miro a lo lejos la imponente cruz en lo mas alto de la iglesia y de la nada comienzo a recordar a mi abuela.

Durante un tiempo cada vez que volvía a mi casa mareado, después de alguna salida nocturnas, recordaba las últimas palabras que entrecrucé con mi abuela, cuando me sorprendió a mis 16 años preguntándome el porqué había cambiado tanto. Aunque a decir verdad la pregunta fue algo como: ¿Que paso contigo, que cuando niño eras tan lindo? Bueno, quizás exagero con eso de que cada vez que retornaba carreteado a casa me lo recordaba, pero últimamente, sí venía a mi memoria de forma más continua que lo usual.

Mi abuela no se refería a que cuando niño tenía los cachetes más rosados o mi sonrisa era más pura o angelical, sino al hecho puntual de que durante un par de años, durante mi niñez, mi abuela me tenía considerado como una especie de genio en potencia y con el pasar de los años esa especie de hechizo se destruyó frente a sus ojos.

Ahora que lo pienso bien quizás, si hubiese querido ser un buen nieto, hubiese tenido que mantener la mascarada y así la impresión se habría mantenido hasta el final de sus días, aunque eso no habría ayudado finalmente de ninguna forma a nadie. El hecho puntual es que cuando niño me encantaba leer y pasaba horas hojeando las añosas enciclopedias en la biblioteca de la casa de mis abuelos. Lo entretenido era que en esa biblioteca se fundían los libros de mi padres como lo de mis abuelos por lo que la colección era lo bastante amplia como para mantener la atención de un niño de 8 años por bastante rato. Además tenía una memoria privilegiada por lo que cuando mi abuela me pregunta que había leído siempre le repetía al pie de la letra lo que recordaba y ella extasiada sonreía

En ese tiempo lo que más me interesaba eran los dinosaurios. Interés que rozaba el fanatismo, a tal punto que tomaba la información de los distintos libros que leía y los iba traspasando en hojas de oficio, creando una especie de ficha, que escribía en la máquina de escribir de la casa. Además de realizar bajo la descripción un dibujo a todo color del dinosaurio en cuestión. Una especie de "copiar-pegar" de finales de los años ochenta.

Mi rollo con los dinosaurios terminó cuando un día construía una maqueta del periodo Jurásico y para ambientarla modelaba en plasticina Diplodocus, Tiranosaurios y Tryceratops, en eso llegó Roberto, mi primo, y me preguntó - ¿Sabes como se extinguieron los dinosaurios? - y al responderle ingenuamente que No, se precipitó a alzar la palma de su mano sobre la maqueta y a aplastar mis figuritas mientras decía -¡Así!

Desde ese momento recuerdo no haber vuelto a emocionarme con los dinosaurios.

En ese mismo tiempo me contagie con Sarampión y me pase cerca de un mes en cama y mi hermana logró conseguir la colección completa de Papelucho y varios números de Barrabases. Recuerdo haberme releído dos veces cada uno de los libros de Papelucho y unas tres veces las historietas de Barrabases. Una vez que estuve recuperado hubo en Sábados Gigantes una sección de niños mateos en donde había un supuesto experto en Papelucho. A mi abuela le gustaba llamarme y que le respondiera las preguntas antes de que lo hiciera el niño de la televisión y como siempre me las sabía mi abuela aplaudía y le decía a mi abuelo, quien impertérrito miraba la televisión, que debía ser yo el niño que participaba del programa.

Sin embargo las cosas comenzaron a cambiar al tiempo después de haber muerto mi abuelo y luego de que mi abuela empezara sistemáticamente a lanzar algunos de mis juguetes a la estufa y después un par de póster que tenía guardado para enmarcarlos. Por eso cuando mi abuela comenzó, literalmente, a quemar pedazos de mi corta vida nos fuimos alejando y nunca volvimos a tener la misma relación que antes.

Llego a la conclusión de que al haberme liberado de mi crianza católica declarándome no creyente, proyecté toda la culpabilidad religiosa de católico en una culpabilidad familiar. Por el momento y para esta ocasión la conclusión me parece razonable.

Dejo de recordar a mi abuela y vuelvo a mirar el reloj, faltan solo cinco minutos y todavía ninguno de mis amigos ha llegado, me comienzo a incomodar mientras me suelto un poco más a corbata y vuelvo a mirar el reloj.

De pronto unas manos tapan mis ojos, manos pequeñas y heladas que reconozco de inmediato. Marcela me sonríe y se sienta a mi lado, viene con los ojos rojos y no dice ninguna palabra. Yo le sonrío de vuelta, no por condescender sino que realmente me siento bien con ella a mi lado, ahora acompañado creo que se me hará mas fácil poder entrar a la iglesia al velorio de uno de mis amigos. Le tomo la mano y se la aprieto tratando de trasmitir una fortaleza que carezco desde que supe la noticia.